From Gran Canaria to California
De Gran Canaria a California
por Deborah Martel Rogers
La vida es lo que nosotras queremos hacer de ella (y por “nosotras” me refiero a todas las personas, sin ninguna distinción). Desde el mismo momento en que decidimos venir a este lado de la vida, hemos tomado nuestra primera decisión (o, al menos, la primera decisión tangible y palpable). ¿Cuál será mi misión en este mundo? Seré capaz de cumplirla, o me veré acobardada ante el precio que tenga que pagar para llevarla a cabo?
Mientras estos pensamientos circulaban por su ya congestionada mente, Dara continuaba preparando el desayuno de sus hijos: Ana, de tres años, y Francisco, de cinco. Quizás por eso, o porque Dios la había bendecido con una hermosa nariz hebrea al estilo Barbra Streisand, ella se empeñaba en seguir utilizando la clave anafrank cuando se conectaba con su correo electrónico. Algunas coincidencias habían sin duda alguna: Ana Frank habrá desaparecido físicamente, pero su espíritu pervivirá por los siglos de los siglos.
Dara gozaba de un físico bastante atractivo, lo que en más ocasiones de las deseadas había ocasionado situaciones en las que, implícitamente, se le pedía que escogiese entre éste y su espiritu, como si ambos no pudiesen ser hermosos simultáneamente.
“Sé amable, generosa y fuerte como una leona,” le aconsejó a su hija el día que ésta cumplió tres años, no sin antes añadir: “Recuerda que la suavidad en momentos de violencia es la mayor señal de fortaleza y esperanza que le puedes enviar al mundo.” Ana sonrió, no sin antes pedir su desayuno favorito: Leche con galletas; eso sí: Sentada en la alfombra, sobre su manta favorita, con su bandeja de Target, su tazón de Hiperdino, y la cuchara que la abuela Alice, de Santa Rosa, le había regalado las Navidades del año anterior.
Esta cuchara se asemejaba a un cocodrilo, algo que seguramente confundía a la pequeña cuando se paraba a pensar en las conversaciones con su madre: mamá pidiéndole que comiera como una leona, que cantara como un pajarito canario, mientras se sentaba en la manta que tenía un oso panda impreso en ella, y comiendo con una cuchara en forma de cocodrilo. ¡Qué riqueza!
A todo esto, Francisco, todavía en pijama, pedía su desayuno, aunque quizás lo que estaba demandando era un papel relevante en esta historia.
¡Faltaba mas! Francisco, a sus cinco añitos, más se parecía a un niño de ocho. Era alto, como su abuelo Jim, su padre, y sus bisabuelos de Gran Canaria, Domingo y Antonio.
Ya desde que tenía tres meses había empezado a visitar Gran Canaria, la tierra natal de Dara, su madre, con el objetivo inicial de conocer a su otra mitad de la familia: la que hablaba en español con el hermoso acento canario que le maravillaba.
Lo que más le llamó la atención a Francisco fue la cantidad de veces al día que sus familiares del otro lado del Atlántico sonreían al día, hasta el punto que le preguntó a su madre si nunca tenían problemas. Dara le contesto de una forma que todavía hoy resuena en su corazón como una corriente de aire fresco: “Ellos viven con Hamor.”
Amor y humor se unieron en un perfecto matrimonio matemático, y esta formula: Amor + Humor = Hamor, se convertiría en la frase favorita de Francisco.
Eso sí: Cuando Francisco compartió su fórmula con su querida hermana Ana, algunos años más tarde, ésta le añadió el toque de guinda a una ya mágica fórmula: Abstenerse pesimistas, rompedores de sueños, muertos vivientes, y el resto de seres que disfruten destruyendo ilusiones de los demás.
Cuando Ana y Francisco compartieron con su madre, Dara, lo que habían aprendido en uno de los
viajes a Gran Canaria, la isla que la vio nacer, sólo entonces, ella tuvo la certeza de que su futuro sería un puente de entendimiento entre dos mundos bellos. Gran Canaria y California hablarían un
idioma en común: La amistad entre dos hermanos que sonríen con la mirada puesta en un futuro
repleto de optimismo y fe.
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